miércoles, 25 de marzo de 2009

LA DEMOCRACIA EN EL FUTURO



La Democracia Parlamentaria constituye hoy en día un paradigma decimonónico que la actual revolución de las tecnologías de las comunicaciones deben superar devolviendo la soberanía a sus legítimos poseedores: los ciudadanos.

Durante décadas, en algunos países siglos, el actual sistema de delegación de la soberanía en los representantes en el Parlamento se mostró como el instrumento, sino más idóneo, sí el más eficaz para transmitir la voluntad popular en los asuntos del Estado.
Mediante este sistema los ciudadanos delegamos nuestra soberanía a unos representantes mediante un contrato, cuyas consecuencias jurídicas de sus actos se nos imponen, aunque no sean obra ni voluntad popular. Durante el desarrollo tradicional de este modelo de representación ideado –no lo olvidemos- durante el siglo XVIII para una sociedad con la formación, cultura y tecnología del S.XVIII, se somete al pueblo a una serie de obligaciones que no han sido contratadas en el sentido exacto de la palabra, porque no hemos pensado en ellas, ni a veces siquiera conocido por adelantado.

Recuérdese que las promesas electorales no obligan a la otra parte contratante. Asume nuestra representación ofreciendo compromisos cuyo incumplimiento carece de cualquier tipo de sanción.
Hay un desequilibrio notorio entre las partes contratantes: unos –los votantes- ceden todos los derechos sobre la soberanía durante 4 años y la otra parte –los parlamentarios- asumen simplemente una promesa. Pero en el desarrollo de su labor parlamentaria se nos imponen normas y se ejecutan actos que no fueron comunicados previamente al electorado quedando, por tanto, fuera del compromiso pactado en las urnas.

No hay duda que el acto inicial de delegación de representación (el voto en las legislativas) es siempre contractual; pero hay consecuencias incluso inmediatas que desbordan los cuadros del contrato. Delegamos por que hemos querido, pero nuestra delegación voluntaria nos crea deberes que no habíamos solicitado y concesiones que nunca habríamos admitido, pero que por facilitar el buen gobierno de la sociedad, y no someterla a la inmovilización que una negociación “punto por punto” pudiera generarse sin esa oportuna delegación.
No estoy reclamando un proyecto innovador para mejorar la eficiencia de la representación parlamentaria, que en mi opinión debe seguir existiendo, sino la anticipación de lo que va a ser, gracias al desarrollo tecnológico, la evolución natural de la democracia occidental.

No creo que haya que sustituir al Parlamento, pues ello degeneraría en un caos de ingobernabilidad, sino que el pueblo recupere la ancestral posibilidad de dar su opinión, expresada en referéndum, sobre aquellas cuestiones aprobadas por el Parlamento y como paso previo a la sanción por parte del Jefe de Estado.

1 comentario:

Tremendelirius dijo...

Cáscaras, esto me suena jajaja. Buen artículo, aunque ya lo conocía.

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